Palabras archivadas
"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."
jueves, 9 de junio de 2016
Le cadavre - exquis
domingo, 15 de noviembre de 2015
Cuando se bajaron del tren ella le preguntó cuál era la dirección de su casa, él se la dio y expresó su duda sobre si la volvería a ver. Ella dijo que no.
Una implacable ausencia ocuparía el sitio que Nina nunca ocupó, que no debía ni quería ocupar (que incluso ya estaba reservado sin siquiera saberlo). No debía importarle porque no la conocía, sólo la había visto unos segundos y nada más.
Y ella no se enamoraba desde hace rato.
Sin embargo, cuando llegó a su casa se dispuso a escribirle una carta que luego enviaría a su dirección.
"No más melancolía ni poesía de estación.
Sos más que rutina y monotonía pero te dejás consumir por eso.
Si vas a dormir en el sillón que sea por un buen motivo y si tenés que irte, también.
Yo también me voy, siempre me voy. No encajo en ningún diagrama.
Acordate de la ruptura.
Besos,
Nina."
jueves, 24 de septiembre de 2015
Ya había algo raro en el aire, lo percibí mientras caminaba para mis clases de violín. Era ese viento que hacía temblar los árboles, que arrastraba las hojas hacia un precipicio, que sacudía las antenas de los autos y enmarañaba el cabello con una avidez temerosa.
Era ese viento mensajero de malos augurios el que me avisaba entre siseos ásperos que estaba por morir.
Estaba por morir. Sí.
Y realmente no me importaba.
Podría haber sido el sol, la luna u otra cosa lo que me percatara de mi desfallecimiento, sin embargo fue el viento. Será, quizás, que siempre me enamoro de lo pasajero y alguien deseó que mi muerte fuese igual de efímera, pulcra, como un corte rápido en el tobillo (de esos que sangran después).
Tarde
"A veces escribo sobre cosas que no valen la pena" así empecé diciendo, pero después pensé "no valdrá la pena pero sí las palabras". Y acá estoy, llenándote de letras.
Podría hablar de tu postura desgarbada, de lo bien que te queda ese cigarrillo en la boca, de esos ademanes soberbios (y un tanto divertidos) que hacés cuando alguien contradice tu discurso. Podría mencionar que caminás con altanería cuando sabés que te estoy mirando y agachás la cabeza cuando creés que no te observo.
Te gusta impresionar, te gusta sentirte inteligente. Necesitás demostrarlo. También necesitás tener el control de todo, de las personas, de mí. Nunca pedís, siempre demandás.
Tengo la obligación de escribir de tus expresivos ojos color oro, lo firme que es tu mano en mi cintura o tu boca en mi cuello. También de lo angelical que parecés estando dormido, encerrándome torpemente entre tus brazos e intentando resguardarme entre espasmos oníricos.
Y lo más lindo: la manera en la que me tocás. Llegás a mí a través de las palabras.
¿Llegaste bien a casa?
Dejo el vaso medio vacío sobre la mesa, muerdo mi labio inferior que todavía tiene gusto a vino tinto. Me pregunto si lo que me mantiene inquieta es lo que significó en contraposición a lo que yo puedo significar. Si es que soy alguien. Si es que algo de sentido me queda (o si existe el sentido independientemente).
Quizás nunca signifiqué nada fuera de mi círculo. Cuando yo armé mi mundo ya había gente dentro, después de eso, ¿alguien más ingresó? ¿alguien más se quedó? qué estúpida por no llevar un registro.
Cuesta dejarme conocer y no sé si eso me alegra o a caso, me asusta. También cuesta que alguien me importe y que me empatice (como dice Pessoa: "sentí demasiado como para seguir sintiendo").
Me moví incluso cuando estaba estancada y soñé incluso cuando tenía insomnio. Odio la metafísica y a veces no hago más que seguirla.
Pero qué sé yo. Fui muy abstracta y ahora no estoy más que resumiendome a lo concreto, a esto: al vaso de vino.
No quiero hablar de mis lirismos. Ni de sus lirismos. Ni de los de nadie.
Escribir un poema es encarnarse o esfumarse. No quiero que eso se me impregne ni quiero que se espante.
Yo, siempre tan efímera, busco lo estático. No, más bien, lo seguro.
Busco, quién sabe, que me pregunten: "¿llegaste bien a casa?".
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Cristal y cenizas.
Llovía y sonaba Franz Liszt.
Estaba sentada en mi cama estéril mirando fijamente un panel blanco en el que algún momento alguna de mis yo decidió inscribir el final de The Raven de E.A. Poe: "Y mi alma, de la sombra que yace flotando en el suelo, no se levantará, nunca más".
Caigo en la cuenta de algo: nada de lo que soy es suficiente. Y en verdad, ¿qué soy?
Hay muchas voces gritando dentro de mi conciencia y ninguna es la mía. Mi vida transcurre entre liturgias pero en ninguna logro consagrarme. Porque así se siente el espacio cuando uno ya no quiere sentir: todo y a la vez, nada.
Me busco entre los cantos de los ahogados, me busco entre las risas festivas y joviales y sólo me encuentro en el eco de unos ojos melancólicos que siguen mis pies amarrados a las baldosas frías. Y así, con los tobillos ensangrentados, logro huir de aquella amalgama de tentaciones antropomórficas.
Me escondo tras un muro negro y beso el tiempo, que es tangible como el aire y el viento. Busco esa mirada que emana represión y martirio, sí, esa, la que me cita de madrugada en el espejo.
Y ahí está la chica de cristal. La encuentro débil arrodillada y temblando, enroscada entre cigarrillos consumidos por las ansias. Tiene una sonrisa agrietada, expectante ante un nuevo sentido (mueca que sólo gesticulan las criaturas rotas).
Abrirme al significado y que el significado se cierre sobre mí, verla mirándome y mirarme a la vez. Porque así se siente el espacio cuando uno ya no quiere sentir: ella y a la vez, yo.
Todo y a la vez nada.
lunes, 7 de septiembre de 2015
Año y medio.
Durante un tiempo ni siquiera era consciente de lo que significabas en mi vida. No, no hablo de un carácter fundamental, hablo de un eslabón perdido, complementario y no tan necesario, pero igualmente bonito. Eras un detalle, le dabas un poco de color a mis días. Y cuando te alejaste, y te llevaste todo aquello que me diste en su momento, me quedé sumida en una escala de grises, me quedé en ese recoveco del olvido en el que me dejaste.
Y quizás algún dia vuelvas, algún día el interés regrese y pienses "¿qué será de la vida de aquella idiota?" y vengas a mi casa y me encuentres convertida en otra. No dudo de que sea así, no dudo de que en algún momento voy a encontrar a alguien con el que sí me funcionen las cosas, no lo dudo en lo más mínimo, como ya te dije. Lo único que sos en mi vida es una suma de colores cálidos y sonrisas, como a la vez, colores fríos y lágrimas. Algún día se me pasará, en realidad, algún día ambos decidiremos que se me pase, yo por un lado, a través de la resignación, y vos, por el otro, a través del olvido.
Y cuando ese momento llegue, y vos seas olvidado, ya nada será lo mismo, ya no voy a sonreír al ver tu nombre, ni voy a sentir vértigo al verte, ni te voy a escribir, ni voy a cantarte o hablarte o leerte. Y ahí, la página del libro se pasa, una vez más y yo ya voy a estar perdida entre versos, imposible de encontrar e impertérrita a lo que tengas que decirme.
Claramente, esto sucedería en el caso de que estés seguro de que no querés nada conmigo porque como bien sabés, soy la que se aferra hasta la última promesa y esperanza, soy así, "de las buenas" ¿te acordás?
Y mientras vos te decidas, o mientras yo pueda aceptar la evidente decisión, mi vida va a pasar entre discos que me recomendaste, poesías que te escribí y en la esperanza que la vida me dá cada viernes y cada 28 y 14 del mes.
Te quiere.
Valentina."
29-4-14 (Un día después de mi cumpleaños nro 14)
Me sentiría orgullosa al decir que ese día le dí fin, pero en realidad, no estaba más que comenzando. Y recién ahora, después de más de un año y medio, puedo decir que logré pintar el diagrama con mis propios colores.
Los matices son míos.